La Alicia cyberpunkiana –a la que Lilu del Quinto Elemento no dudaría en envidiar; y la inglesita muchacha de Carroll habría soslayado despectivamente- apartó los negativos desenrollados de las anticuadas cámaras reflex, dispuestos a modo de cortina, hacia la entrada del subsuelo de duro cemento.
Un reproductor de música móvil –en el sentido de inteligencia artificial con voluntad de movimiento propio-, había pasado por su lado mientras ella visionaba su aburrido curso virtual de historia de la microelectrónica. No había podido evitar que la música del reproductor móvil la cautivara y allí se encontraba, a ocho niveles de la superficie, uno menos de los que ella sospechaba existían en la inhóspita urbe.
Había llegado a lo que bien podrían ser unas vías de metros abandonadas, iluminadas por líneas de bombillas de distintos colores y donde retumbaba hipnotizante la arcana melodía; una visión poco menos que inquietante.
En este punto, la piel sensible que recubría la piel biológica de Alicia se había acomodado a las bajas temperaturas de la infrasuperficie y la soñadora chiquilla apenas sí había sentido el desequilibrio térmico acariciarle el rostro. El sonido parecía tenerla presa de un suave duermevela que la desinhibía de la irracionalidad que pudiera haber representado el factor miedo provocado por la incertidumbre del destino y lo desértico de la zona.
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