Últimamente no dejo de toparme con gente que dice hacer cosas para no pensar. Ven cierta televisión para no pensar, leen ciertas novelas para no pensar y se meten en un cine a condición de que el director no les exija el más mínimo esfuerzo intelectual. Esto es extraño, ya que, según los neurólogos, la actividad cerebral no puede interrumpirse así como así. De modo que, me temo, lo que esa gente busca no es tanto dejar de pensar como desactivar su capacidad crítica, su derecho a cuestionar e indignarse. Eso sí puede anularlo la mala literatura, el mal cine y la mala televisión. Lo que esas personas no quieren pensar es que, quieran o no, piensan.
Es la misma gente que dice detestar los informativos por estar llenos de horrores y tristeza. Los no-pensantes exigen informativos alegres como contraste a sus vidas tristes. Hace poco se puso de moda cerrar los telediarios con un pantallazo feliz, esperanzador, un happy-ending para evitar que uno se plante en el prime-time con mal cuerpo. Cualquier imagen sirve, sea una ballena azul o un amanecer en Andorra, cualquier postal que limpie la pátina de mierda que suelen dejar Internacional y Nacional.
Son, me temo, síntomas del maldito buenismo, la parte idiotizante de esta democracia nuestra, empeñada en infantilizarnos por todos los medios (de comunicación). Acabaremos generando un mundo de tam tams hipnóticos para que nadie se distraiga de su nada cotidiana. Haremos informativos bonitos, para que, si has tenido un mal día en el curro, te chutes tu dosis de realidad brillante. Para que, imbéciles todos, el mundo nos moleste lo justo.
A la mierda, hablemos de otra cosa. No me apetece pensar en esto.
Jose A. Pérez
Tomado de aquí
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