Soy cruzado del Ensueño, soy un pálido bohemio.
Siento el arte por el arte, sin buscar jamás el premio,
y odio, loco de idealismo, la razón útil y seria.
¡Caballero soy del hambre, de la risa y la miseria!
Y aunque se oigan los lamentos de mi espíritu que llora,
y aunque hiérame en el alma lo prosaico de la vida,
siempre triunfan los arpegios de mi risa redentora,
siempre brotan rojas flores de la sangre de mi herida.
Aborrezco la rutina de las formas anticuadas,
aborrezco lo postizo de las glorias usurpadas,
y al rugir los aristarcos, en el aire vibra inquieta
la sonora rebeldía de mis sueños de poeta.
Y así, un poco iconoclasta y otro poco estrafalario,
de tiranas academias mi buen gusto se emancipa,
y persigo por el cielo, con afán de visionario,
las volutas caprichosas que hace el humo de mi pipa.
Busco sólo de las cosas las ocultas relaciones
y amo más que las ideas las extrañas sensaciones,
que el pensar es para el sabio y el sentir para el artista,
en la ilógica doctrina de mi credo modernista.
Por rebelde, sin abrigo, en las noches invernales,
vago en busca de una forma que vislumbro en lontananza.
La esperanza que me nutre la acaricio y la bendigo
porque mi alma soñadora se calienta de esperanza.
Amo el gótico milagro de las viejas catedrales,
la mayúscula historiada que se exhibe en los misales;
la solemne melodía de los cantos gregorianos,
el devoto panteísmo de los místicos cristianos.
Y aunque sabios infatuados, con afán cientificista,
hagan burla del misterio y me ordenen que no crea,
Jesucristo fue un bohemio, fue un poeta y un artista…
y es muy dulce la doctrina del Rabí de Galilea.
Mi yantar tengo inseguro y las nubes son mi techo;
pero guardo un gran tesoro de ilusiones en el pecho
y lucir puedo, orgulloso, la virtud y la entereza
de llorar con mis ideas y reír con mi pobreza.
Ilusiones y esperanzas son mi pan de cada día
y, doliente y esforzado, sueño mucho… poco vivo;
pero en gracia a los favores de mi ardiente fantasía
si no vivo lo que sueño… sueño todo lo que escribo.
Abogado del absurdo, la embriaguez y el desatino,
voy tocando con mi fieltro, que es mi yelmo de Mambrino,
caballero sobre el ritmo de mi verso resonante,
como el loco don Quijote galopaba en Rocinante.
Sin que logre doblegarme la esquivez de mi fortuna,
que la fuerza de mi ensueño es más fuerte que mi suerte,
voy cantando mis endechas amorosas a la Luna,
caminito de la vida, caminito de la muerte.
Vivo solo, pobre, altivo.
Si no vivo lo que sueño, sueño todo lo que escribo.
Siempre en busca de la Amada,
la Querida,
la Soñada,
de la eterna perseguida,
de la jamás alcanzada.
Y así, en riña con la suerte,
voy errando,
voy vagando,
caminito de la vida;
caminito de la muerte.
Sin dinero, sin fortuna,
voy cantando mis endechas a la Luna.
Mi bohemia se alimenta
de las cosas que le cuenta
mi exaltada fantasía,
y orgulloso de mi sueño, de mi amor y mi poesía,
soy un rey lleno de andrajos, soy hampón con hidalguía,
y tranquilo y resignado, todo espero y nada quiero,
porque el hambre y la miseria me han armado caballero.
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