Cuando se tumbaba desnuda, se descubría a menudo tocándose entre los pechos, el espacio vertical que ocupa el esternón. Como si de un momento a otro pudiera abrir una compuerta, la despensa de su interior, para que un poco de luz le susurrara algo que ansiaba de sí misma -pero que hasta entonces, escondido en sus entrañas, estaba así, oculto.
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