miércoles, 13 de febrero de 2013

Nieve

Dormir con nieve no es como dormir con lluvia. No nace ese sentimiento de vivir eternamente en la cama cuando tus oídos despiertan y reconocen las gotas agolpándose contra el cristal. La nieve no es tan auditiva como visual.

Al par de días de llegar por estos lares, levanté la persiana de mañana y me encontré con una panorámica en blanco. Hice algo de té y lo tomé caliente mirando por la ventana. Los copos, no especialmente gruesos, caen despacio, quizás algo menos ligeros que las plumas, pero igualmente hipnóticos.

Me encanta la nieve, decidí en ese momento. Y salí fuera luego y es tan divertido pisar una capa fina de nieve polvo, tan frágil, tan esponjosa. Ayer mismo de vuelta vi algunos niños jugando en el parque, haciendo muñecos de nieve -normal, si yo me dejara también echaría horas jugando con ella.

No obstante, y después de tan solo dos días, he de decir que ya no estoy tan enamorada de la nieve. Ayer estuvimos esperando mi compañero y yo el autobús al centro en una parada que por lo visto se cierra en caso de nieve. Claro, eso nosotros no lo sabíamos, aunque lo intuímos después de 15 minutos esperando con nieve y viento. Nada agradable, por cierto.

Aún así el viento viene y va, y cuando está calmo y veo los copos bailar con ligereza, y hundo los pies en esas nubes, mi niña interior sonríe como si descubriera la nieve por vez primera.

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