Era fácil entender porque algunos de los chicos le consideraba un snob, era una persona muy reservada tenía una manera de andar y de hablar que no eran normales por aquí, se paseaba como se pasea un hombre por el parque sin ningún tipo de preocupación o inquietud como si un escudo invisible le protegiera en todo momento, sí, para ser justo, debo decir que Andy me cayó bien desde el principio.
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Para reír y llorar agusto. Y para demostrar la fuerza de una voluntad irreductible -de esa que hoy día solo se encuentran en las pelis antiguas.
- Estaba coleccionando un momento - ¿A que te refieres? - Colecciono momentos, busco detalles que tengan algo especial y trato de concentrarme en ellos. Yo creo que la vida es terrible, pero hay momentos hermosos que valen la pena, y yo los colecciono para intentar ser un poco mas feliz.
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Bueno, esta película la vi hace algún tiempo y recuerdo que me gustó lo suyo. Buscando frases he encontrado una suya que me ha llevado a esta pequeña perla de diálogo. Me encanta regodearme en momentos especiales.
Llorar a lágrima viva. Llorar a chorros. Llorar la digestión. Llorar el sueño. Llorar ante las puertas y los puertos. Llorar de amabilidad y de amarillo. Abrir las canillas, las compuertas del llanto. Empaparnos el alma, la camiseta. Inundar las veredas y los paseos, y salvarnos, a nado, de nuestro llanto. Asistir a los cursos de antropología, llorando. Festejar los cumpleaños familiares, llorando. Atravesar el África, llorando. Llorar como un cacuy, como un cocodrilo… si es verdad que los cacuíes y los cocodrilos no dejan nunca de llorar. Llorarlo todo, pero llorarlo bien. Llorarlo con la nariz, con las rodillas. Llorarlo por el ombligo, por la boca. Llorar de amor, de hastío, de alegría. Llorar de frac, de flato, de flacura. Llorar improvisando, de memoria. ¡Llorar todo el insomnio y todo el día!
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Del amor y la muerte, de la risa y la lágrima; de la vida. Muy poéticamente expresada, eso sí. Harto recomendable también.
O, como dicta el título original, mucho más sugerente, Eternal Sunshine of the Spotless Mind.
Feliz es el destino de las vírgenes vestales, pues olvidan al mundo y el mundo las olvida a ellas; Brillo eterno de la mente inmaculada, cada oración aceptada y cada deseo rechazado"
No sé que andaba buscando en la red que he encontrado esto, canción que en un principio atribuí a Extremoduro por estar su nombre en mayúscula al lado del grupo legítimo, Memoria de Pez, escrito en minúscula.
Me gusta como suenan aunque no me llegan a entusiasmar. Será también que en este ordenador -PC de sobremesa sin altavoces-, se escucha algo peor, pero bueno. Con esta letra estoy dispuesta a darle una oportunidad -y dos.
Me prometí no volver a empezar otra vez desde cero llevo un tiempo jugando a soñar y creo que me quemo siento el tiempo arañando mi piel si la locura me da de comer cucharadas del tarro de miel donde guardo tus besos
No me queda nada que perder si lo he perdido todo ni razones que pueda entender si estoy cada vez más loco sin tus pasos no sé donde ir sin tus labios no puedo reír y tu ausencia la intento curar a traguitos de olvido
Me invento que robo un trozo de tu voz para que me cuente tus sueños y de reojo te vuelvo a soñar evitándome un mal despertar
Ten cuidado ya debes saber que hay noches que muerdo si la luna se pone a cantar en lo alto del cielo siento el tiempo arañando mi piel si la locura me da de comer cucharadas del tarro de miel donde guardo tus besos
Me invento que robo un trozo de tu voz para que me cuente tus sueños y de reojo te vuelvo a soñar evitándome un mal despertar
El poeta y profesor de la Universidad de Granada, Luis García Montero, acusado de injurias graves por un compañero de departamento, negó ayer haber tenido ánimo de ofender en lo personal al querellante, el profesor José Antonio Fortes, y aseguró que escribió un artículo en EL PAÍS que lo cuestionaba para contestar públicamente a unas opiniones que generan "dogmatismo y sectarismo" en el alumnado.
Fortes, al que calificó de "profesor perturbado", aseguró que jamás ha dicho en clase que Federico García Lorca fuera un "fascista" o Francisco Ayala un "aliado del fascismo", aunque así lo corroboraron varios alumnos y de ello tenía conocimiento García Montero, al que, según estos, criticaba también en sus clases. A él, que imparte una asignatura sobre García Lorca, y a su familia.
En una reunión de departamento en 2006, el poeta reconoce que "estalló" e insultó a su compañero. Fueron palabras duras por las críticas previas y porque, según explicó García Montero al juez Miguel Ángel Torres, halló en su mesa esa mañana un texto en el que Fortes lo responsabilizaba, en cierto modo, del suicidio de su amigo Javier Egea. Tras la discusión se excusó en una reunión posterior.
Un mes después publicó el artículo para "descalificar" esas opiniones en público y lo hizo porque defiende, según dijo, "la libertad de expresión". Fortes no cree que sea un "exceso verbal" y le acusa de injurias. No dio por zanjado el asunto. En su opinión, las manifestaciones de García Montero han "menoscabado" su trabajo.
[...]El profesor de Filosofía del Derecho Mariano Maresca leyó un manifiesto en apoyo al catedrático que ha surgido del Festival Internacional de Poesía Ciudad de Granada y al que se han sumado, entre otros, los cantantes Miguel Ríos y Joaquín Sabina, los escritores Benjamín Prado y José Manuel Caballero Bonald y el hispanista Ian Gibson.[...]
Yo no tenía ganas de reir, Tú reías para no llorar; Yo le guiñaba un ojo a mi nariz, Tú consolabas a tu soledad.
Yo sin ninguna escoba que vender, Tú con mil y una noches que olvidar; A mí no me quería una mujer, A ti se te moría una ciudad.
Tú habías perdido el último autobús, A mí me habían hechado de otro bar; Los mismos alfileres de vudú, El mismo cuento que termina mal.
Pero quiso el cielo Bautizar el suelo Con su gota a gota Y con champú de arena Para tu melena De muñeca rota Y tu mirada azul Me dijo a cara o cruz Y mi alma de tahur Lo puso a doble o nada.
Y los peces de colores de mis botas Y tus marchitos zapatitos de tacón Locos por naufragar Salieron a bailar Al ritmo de la lluvia sobre las capotas El rocanrol de los idiotas.
Yo no venía de ningún país, Tú ibas camino de cualquier lugar; Conmigo no contaba el porvenir, De ti no se acordaba el verbo "amar". Yo no jugaba para no perder, Tú hacias trampas para no ganar; Yo no rezaba para no creer, Tú no besabas para no soñar.
Y sin equívocos de vodevil Ni alertas rojas en el corazón El dios de la tormenta quiso abrir La caja de los truenos y tronó, Porque quiso el cielo Acariciar el suelo Con su gota a gota Y con champú de arena Para tu melena De muñeca rota.
Qué disparate de Partida de ajedrez Con un partenaire Adicta al jaque mate.
Y tu bolso como un nido de gaviotas Y mi futuro con pan duro en el cajón Locos por naufragar Salieron a bailar Al ritmo de la lluvia sobre las capotas El rocanrol de los idiotas.
Capeando el temporal Salieron a bailar Como dos locos bajo el chaparrón de notas Del rocanrol de los idiotas.
El rocanrol, El rocanrol de los idiotas. Como tu y como yo. El rocanrol de los idiotas.
Se marcó la calle Con aquel detalle De dejarnos solos. El rocanrol de los idiotas.
Y por casualidad Comenzó a tocar La flauta de bartolo. El rocanrol de los idiotas.
Go johnny go, go, go. El rocanrol de los idiotas. All you need is love. Y bailar El rocanrol de los idiotas.
A vam ba baluba balam bam bu. Tutti frutti. El rocanrol de los idiotas. Don't worry. El rocanrol de los idiotas.
Por la tarde volví a la habitación, leí un libro y, cuando ya no pude concentrarme en la lectura, me quedé mirando el techo pensando en Midori. Me pregunté si su padre realmente me había pedido que cuidara de ella. Quizá me había confundido con otra persona. En todo caso, había muerto un viernes por la mañana en que caía una lluvía fría, y ahora era imposible descubrir la verdad. Imaginé que el hombre antes de morir se había encoigdo todavía más. Y luego, en el crematorio, su cuerpo había ardido y no habían quedado de él más que cenizas. ¿Qué dejaba atrás? Una triste librería en un triste barrio comercial y dos hijas de las cuales al menos una era un poco excéntrica.. <<¿Qué tipo de vida era esa?>>, pensé. ¿Qué debía de estar rumiando su cabeza abierta y consuda, en el lecho del hospital, cuando me miraba? Pensando estas cosas del padre de Midori, me entristecí tanto que descolgué la ropa de la azotea antes de que se secara del todo, me fui a Shinjuku y deambulé por el barrio para matar el tiempo. Las calles atestadas en domingo me sosegaron. Compré Luz de agosto, de Faulkner, en la librería Kinokuniya, llena como un tren en hora punta, entré en el jazz café más ruidoso que encontré y escuché a Ornette Coleman y Bud Powell mientras tomaba una taza de café amargo y leía el libro que acababa de comprar. A las cinco y media cerré el libro, salí a la calle, tomé una cena ligera. <<¿Cuántas decenas, no, centenares de domingos como éste me quedan por vivir?>>, me pregunté. <>, dije en voz alta. Los domingos no me doy cuerda.
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Yo no quiero tardes de domingo
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Sé que realmente este texto pega más mañana por la mañana, cuando, no sin esfuerzo, abramos los párpados a un nuevo día, al domingo. Nos quejamos tanto del pobre domingo, día de descanso incluso para el señor...; porque no es que nos hastíe tanto el no hacer nada, dejar que las arenas del reloj se jacten de nuestra pasividad entre telarañas. No, no es la apatía, la desgana, la desidia, la inercia..., todo ese lastre de palabras que per se te engullen en su hálito de pasividad dominguera. Lo que realmente nos saca de quicio de los domingos es que no están ideados para hacer nada en concreto, no son sino un preámbulo ante la celeridad pasmosa de la rutina que comienza al día siguiente -ese más que aborrecible lunes, que le gana en el ránking de días deshechables. Y parece que para compensar toda la actividad que tendrá al cabo durante la semana, los domingos están para eso, para no darnos cuerda, para no hacer nada.
Allí, entre la masa, un estudiante retraído se sentía en la más completa soledad. La suya era una sonrisa vacua, algo agridulce, la de aquellos que no saben por qué gloria están luchando, o quizás de aquellos que lo saben y siguen luchando, desesperanzados, por una batalla que, admiten, tiempo atrás perdieron. Había encontrado a unos conocidos por el camino, pero se había perdido de ellos tan pronto como los hubo saludado. Los gritos que pugnaban libertad cubrían la voz queda de sus pensamientos, pero tanto daba, el espíritu del conglomerado no se apoderaba de él.
Recordó a Le Bon, y al profesor que le dio a conocer sus ideas. Todo aquello del –sentimiento –o enajenamiento- colectivo temporal se hacía palpable sumido en el núcleo del movimiento. El poder del grupo, la sensación de que las cosas se pueden cambiar, estaba allí más presente que nunca; el poder de ‘el alma colectiva de las multitudes’ era como un brazo invisible que lo rodeaba todo. Entonces le pareció imaginar a un francés aburguesado del XIX, con su orgulloso bigote convexo, que le golpeaba en la cabeza –como se les golpea a los animales cuando hacen algo malo- y decía que lo que allí se acumulaba era estupidez, no espíritu. Cierto es que sentirás una potencia invencible, debido al contagio sugestivo, la hipnosis colectiva que te succiona la personalidad como ser individual consciente para regurgitar tu inconsciente más intuitivo y social, matizaba Le Bon. Pero recuerda, le añadía, Las multitudes quieren las cosas con frenesí, pero no durante mucho tiempo. Desengáñate, esta empresa no durará. ‘Más que nada porque aquello contra lo que luchamos ya ganó’ se dijo el chico.
En un paro de la comitiva miró hacia arriba, a aquellos altos edificios desde los que se asomaban hombres y mujeres de rostro cenizo, traje chaqueta y ahogante corbata al cuello. El grueso aventajado, que reconocía los rótulos de estos edificios como el enemigo, comenzó a cantar una fórmula, de fácil memorización y ritmo pudiente, contra ellos. Los aludidos cerraron ventanas y balcones, haciendo oídos sordos.
La anodina sonrisa se quebró en una mueca de inexpresión al comprobar, al margen del mar de gente que entonaba frenética himnos poco cuidados, que aquellas personas elevadas entre el gentío comentaban divertidos las injurias dirigidas hacia ellos.
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Porque no se puede combatir el sistema desde fuera, hay que instaurarse en las entrañas del mismo. Y aunque parezca una derrota más que obvia –al fin y al cabo ya están reconfigurando las carreras en grados- nos queda la tambaleante baza de la mediatización. A ver si en el periódico de mañana se nos nombra.
Receta para la felicidad: apología de la ignorancia.
Os traigo una pequeña selección que podéis ampliar buscando las demás partes en Youtube. Sí que voy a poner un monólogo entero, que es de los que vi en el Falla y me gustó bastante
Joaquín Reyes - La orca Willy
Joaquín Reyes en CQC
Vaquero - Los españoles 1/3
Vaquero - Los españoles 2/3
Vaquero - Los españoles 3/3
Ricardo Castellá - Las tías buenas 4/4
Igualmente y si vais justos de tiempo, os digo que realmente da igual ver una única parte -incluso la última. Y sí, para el que se lo estuviera planteando, así he 'invertido' mi tiempo de la mañana.
Está solo. Para seguir camino se muestra despegado de las cosas. No lleva provisiones.
Cuando pasan los días y al final de la tarde piensa en lo sucedido, tan solo le conmueve ese acierto imprevisto del que pudo vivir la propia vida en el seguro azar de su conciencia, así, naturalmente, sin deudas ni banderas.
Una vez dijo amor. Se poblaron sus labios de ceniza.
Dijo también mañana con los ojos negados al presente y sólo tuvo sombras que apretar en la mano, fantasmas como saldo, un camino de nubes.
Soledad, libertad, dos palabras que suelen apoyarse en los hombros heridos del viajero.
De todo se hace cargo, de nada se convence. Sus huellas tienen hoy la quemadura de los sueños vacíos.
No quiere renunciar. Para seguir camino acepta que la vida se refugie en una habitación que no es la suya. La luz se queda siempre detrás de una ventana. Al otro lado de la puerta suele escuchar los pasos de la noche.
Sabe que le resulta necesario aprender a vivir en otra edad, en otro amor, en otro tiempo.
[...] A mí no me gustaba demasiado acostarme con desconocidas. Era una forma cómoda de satisfacer el deseo sexual y, además, disfrutaba abrazando a una chica, acariciándola. Lo que odiaba era la mañana siguiente. Al despertarme,encontraba a una desconocida durmiendo a mi lado, con la habitación apestando a alcohol y la nota chillona característica de los love hotels sobre la cama, en las lamparitas, en las cortinas, en todas partes, y sentía la cabeza embotada por la resaca. Al rato, la chica se despertaba y buscaba la ropa interior por la habitación. Luego, mientras se ponía las medias, decía: <<¿Tomaste preucaciones? Porque estaba en el día del mes más peligroso...>>. Después se dirigía al espejo y, rezongando que le dolía la cabeza embotada o que el maquillaje no lo arreglaba aquella mañana, se pintaba los labios y se ponía las pestañas postizas. Lo odiaba. Hubiese preferido no quedarme hasta la mañan siguiente, pero no podía cortejar a una chica pensaba que cerraban la residencia a las doce de la noche (era humanamente imposible), así que pedía permiso para pernoctar fuera. Y entonces tenía que quedarme en el hotel hasta la mañana siguiente y volvía a la residencia lleno de odio hacia mi mismo, odio y desilusión, cegado por la luz de la mañana, con la boca áspera, como si la cabeza perteneciera a otra persona. [...]
Una novela muy en el tono japonés de la superficialidad de las relaciones. Y no era cosa mía al decir que me recordaba a El guardían entre el centeno, al chico protagonista se lo dice otro personaje. Y me está gustando más, no hay "jos" de por medio, pero si una vacuidad y una tristeza ahogantes. Hay que tener cuidado leyéndolo, a mí me altera el ánimo, aunque por esa misma capacidad de transmisión es una lectura altamente recomendada.