En esta semana atrás he visto unos cuantos atardeceres en la playa, como es costumbre en mi pueblo. Me sorprendió lo tarde que se pone el sol, pero no sólo eso. En estos días una fina capa de bruma domina el horizonte, haciendo que en lugar del típico desfile de luces cálidas que pasan por el rojo y el rosa, la luz del sol se vaya apagando conforme se esconde, arrojando una luz mortecina y gris en cada puesta. Es distinto, aunque igualmente digno de ver.
Echaba de menos los atardeceres como echaba de menos hundir los pies en la arena blanca y fina, los achuchones de mis abuelas, el pescaíto frito, la Cruzcampo, el aire con sal, el sol, los aullidos de mi tía, el color moreno de mi prima, los discursos de padre de mi padre, los vitalistas de mi madre, el agua fría -pero no tanto como en Portugal- del mar, hacer el muerto cuando no vienen olas, el calor y el viento -ora poniente, ora levante.
Echaba esto de menos.
1 comentario:
"No debemos dejar de explorar. Y al final de nuestras exploraciones llegaremos al lugar del que partimos, y lo conoceremos por primera vez." (T. S. Elliot)
Se que queda pedantillo, pero me ha recordado mucho.
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